jueves, 24 de julio de 2008

Los hombres mustios

tienen de pasos colmada

la avenida del desvelo.

Su andar gravita en

blandengues miembros,

ínfimas sombras,

son manantial de pena

lavando el pavimento.


Se escurren

ácueos,

bañan los lunes

de las secretarias,

brisan las albas

de los colegiales.

Marchan pausado,

naufragan insolentes

en la benevolencia

del tiempo.


Y son sus sombras

paquidermos sosegados

vertiendo desgana

en las avenidas.


II

Diez peéme.

Los edificios vomitan

restos de hombre mutilado.


Comienza la marcha nocturna

de redención: el individuo

cava con sus pasos insomnes

la vereda a casa.

Trinchera del hombre

-que a veces lobo-

sosiega el hastío en caldera.


III

Los hombres mustios

viven en cacería constante,

insalubre.


Sus batallas cuerpo a cuerpo

son con la tiranía

de la costumbre,

y el reinado de las

imposibilidades.


Sueñan, pero aún sus

sueños son profundamente

lánguidos.


Y se desdibujan con la

misma precisión

que su voz hueca resuena

en ninguna parte.


IV

Los hombres mustios

tienen de pasos colmada

la avenida del desvelo.

Su andar gravita en

blandengues miembros,

ínfimas sombras,

son manantial de pena

lavando el pavimento.

2 comentarios:

José Pulido dijo...

Cómo somos aquellos otros hombres?

Anónimo dijo...

Me doy la bienvenida a esta apología del instante, ya que de otra forma me estrello contra la pared y no veo más allá del cemento.Es un gusto abrir los ojos aquí. Es un gusto para mí tus pasos sobre mis túneles silenciosos, que sí.. a veces se pasan de discretos y es todo un acontecimiento que me des resguardo por aquí.
Soy silenciosa, tengo miedos y a veces las miradas ajenas me oscurecen la visión. Sin embargo, disfruto de la posibilidad de ver a través de tu transparencia. El lenguaje de los encuentros anónimos no es tan malo.
Teresa.